Puede que para nosotros el Malbec sea algo cotidiano, pero afuera es una estrella. En muchos países, decir “vino argentino” es decir “Malbec”. Y no es exageración: es la cepa más exportada, la más premiada y la que primero conquistó los paladares internacionales.
Todo empezó fuerte en Estados Unidos, allá por los 2000, cuando sommeliers y consumidores empezaron a enamorarse de esos vinos intensos, con fruta madura y taninos suaves. Después siguieron Canadá, Reino Unido, Brasil, Países Bajos y hasta China.
¿La clave del éxito? Un combo perfecto: calidad, precio competitivo y un estilo amigable para todos los públicos. Además, muchas bodegas apostaron fuerte al mercado internacional, con etiquetas modernas, storytelling cuidado y vinos que hablan de su lugar de origen.

Hoy, el Malbec argentino aparece en cartas de vinos de Nueva York, París, Tokio o Copenhague. Y lo mejor: los estilos que más se valoran en el exterior son los que priorizan el terroir, la frescura y la identidad. Es decir, vinos más sutiles, menos “musculosos”, y con más sentido de lugar.
Incluso críticos como Tim Atkin, James Suckling y la gente de Wine Advocate han dado puntajes altísimos (algunos perfectos) a nuestros Malbecs. Y hay etiquetas que ya son objeto de culto fuera del país.
Lo lindo es que el mundo lo aplaude, pero el Malbec sigue teniendo los pies en la tierra. Y cada vez que abrimos una botella acá, también estamos celebrando ese éxito.
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