Acostumbrado a ser el sostén de mucha gente, Andrés tuvo que enfrentarse a un cáncer agresivo que le hizo replantear muchos aspectos de su vida
Alejandro Gorenstein PARA LA NACION
En el extenso currículum de Andrés Ridois figuran una diversidad de actividades que dejan entrever la riqueza creativa que siempre lo acompañó. Mendocino de pura cepa desde hace 46 años, sus estudios lo convirtieron en economista pero su inquietud lo llevó a diversificarse entre el diseño de laberintos, diseño de muebles y su principal pasión: convertirse en maestro champañero y creador de vinos.
Ser considerado uno de “Los laberínticos” es parte de la magnitud que alcanzó su participación en la creación del Laberinto de Borges, proyecto que se concretó en Mendoza en el 2003, incluyó viajes a Europa para hablar con Randoll Coate -un experto en la construcción de estos para castillos europeos- pensarlo con otros socios en la aventura, y concluir la proeza en la estancia Los Álamos. No fue el único, La corona de Baco, también es parte de sus proyectos.
Contagioso y convocante, ser maestro champañero lo vinculó a famosos que hicieron su espumoso junto a él: el Turco Naim, “Jujuy” Jiménez, Ernestina País o Tomás Fonzi para nombrar algunos. Pero sus creaciones también se hicieron famosas en diferentes bodegas como Catena Zapata, Escorihuela Gascón y Colosso Wines y Sottano, donde actualmente es gerente general: marcas como Animal, Padrillos, Siesta, Arrogante, Maldito, Alma Negra, Barrabás, Mil Demonios, Vikingo y Lucifer llevan su firma. Sin embargo, más allá del éxito, el “plantador de árboles serial”, como le gusta definirse, iba a tener que enfrentarse a una enfermedad que no imaginaba.
Un tipo poderoso y el estrés de los otros
“Yo tenía una característica, creer que era un tipo poderoso, que nunca se enfermaba, que resistía cualquier cosa, que podía mover una montaña sin esfuerzo; era el que asumía el estrés de otros. Había dejado el azúcar, había empezado a cambiar un poco la alimentación, pero ya era tarde. En general, las enfermedades se gestan por acumulación, no te enfermás de cáncer de la noche a la mañana”, expresa, a la distancia.
50% de vivir y 50% de morir
Para finales del 2019 Andrés se encontraba cenando con unos amigos en un restaurante y, de repente, notó que le habían salido unos ganglios en la cervical. Al día siguiente fue a ver a un médico que le dijo que pronto se le iban a desinflamar. Como eso no ocurrió fue a lo de su clínico, que lo derivó a un hematólogo. Cuando el especialista lo vio a Andrés, en Buenos Aires, también estaba presente un cirujano: “Hay que operarlo”, le dijo a su colega. Finalmente, le realizaron una cirugía donde le extrajeron esos ganglios y a los dos días volvió a Mendoza. El 2 de diciembre de ese año recibió un mensaje del cirujano que lo había intervenido.
- -¿Dónde estás Andrés? –le escribió por WhatsApp.
- -Estoy en la bodega –le respondió.
- -¿Estas acompañado?
- -¿Qué pasó? Mandame la anatomía.
“Cuando abrí la foto con el resultado leí ´células cancerígenas con metástasis escamosa en ganglios cervicales´. No fue un ataque de pánico, fue una sensación de paralización total, el tiempo se detuvo en ese momento y empecé a replantearme cómo iba a seguir mi vida”.
- -¿Me voy a curar? –atinó a preguntarle al especialista.
- -Es posible, hay gente que se cura. Tenés un 50% de posibilidades de vivir y otro 50% de morir.
- -Entonces, la vamos a pelear.
“En ese instante tuve miedo, me aferré a la supervivencia, a mi hija, ella fue el motor precursor más grande de todo. Por aquellos días mi frase de cabecera fue ´necesito más tiempo porque acá no he terminado´. Cuando estás 50 y 50 no pensás, el tiempo se para y lo único que querés es sobrevivir”.
Preparación física y mental antes del tratamiento
En ese momento, cuenta Andrés, lo llamó por teléfono una amiga que es médica y genetista y le dijo que podía hacer los tratamientos alternativos que quisiera, aunque le comentó que no había estadísticas al respecto. “La gente se enferma mucho, para los que hacen los tratamientos convencionales hay estadísticas, sabemos cuándo la gente se cura y cuando se muere. Ni se te ocurra no hacer el tratamiento”, le advirtió esa tarde.
Andrés se preparó psicológicamente durante todo el verano del 2020 porque estaba convencido de que la “batalla” empezaría antes del tratamiento. Estaba seguro que debía estar de la mejor manera posible, tanto mental como físicamente.
El oncólogo que lo atendía en el Hospital Alemán le dijo que debía volver a la ciudad de Buenos Aires para iniciar el tratamiento que incluía 33 sesiones de rayos y 3 de quimio.
“Al principio no sentía las secuelas del tratamiento, pero las últimas cuatro semanas no podía tragar, era espantoso. El 14 de junio llegué a Mendoza y pensaba que había terminado el tema, pero el baile recién comenzaba porque ya habían afilado los violines” dice, utilizando el humor y la ironía.
“Me caía, no podía pararme”
Lo peor para Andrés fue la manera en que semana tras semana iba bajando de peso. Antes de iniciar el tratamiento la balanza marcaba 105 y en poco tiempo se le empezaron a consumir los músculos y llegó a pesar 65. “Me caía, no podía pararme. Yo no quería adelgazar, yo tenía un problema, no tenía proteína en el cuerpo, mi cuerpo estaba desbalanceado, tenía mal las mandíbulas, se me produjo una sinusitis crónica de la que más tarde me tuve que operar”.
En el peor momento, cuenta, le recomendaron un Médico Deportólogo que se dedicaba a la parte endócrina. Cuando lo visitó en su consultorio, por gestión de sus amigos, el doctor le explicó cómo funciona el cuerpo humano. “Tenés que bajar el cortisol, vamos a trabajar con un osteópata, un personal trainer, con acupunturista”, le dijo. Andrés, por su parte, se entregó a cada una de las indicaciones. “Acá me tienen, soy un soldado”.
“Este médico me está aportando sabiduría en cuanto a la alimentación, prevención de enfermedades, a cómo manejar mi cuerpo, a ver cuántas cosas que ingiero realmente no las necesito. Me enseñó a comer en forma saludable, además completó con ejercicios, terapia y medicación”.
Un antes y un después del cáncer
Actualmente, Andrés pesa 75 kilos y puede decir con orgullo que logró vencer al cáncer. “Definitivamente hay un antes y un después, igualmente la gente se olvida del sufrimiento y vuelve a lo mismo. El sufrimiento lo tomo como la posibilidad de cambiar de raíz porque hay algo que hice mal que llevó a enfermarme. Priorizo el bienestar físico y mental y después viene lo que no ves en tu cuerpo: la parte espiritual, de bajar un poco el estrés y los decibeles, de conectarte más con las cosas, la enfermedad te lleva más a vivir el presente”, reflexiona.
Andrés dice que se puso en forma, que aprendió a tratar mejor a su cuerpo y en el aspecto laboral le está yendo muy bien con su champanera que está “funcionando a full”.
“Me fui dando cuenta que la belleza está adentro, no afuera. Hay que perder el miedo a que no te quieran porque no necesitás absolutamente más nada que vos mismo. La plenitud surge de adentro. Ese es mi cambio, no tengo miedo a que a la gente no le guste lo que hago, no le tengo miedo al fracaso”.
Una fundación para dejar un legado
En relación a los proyectos y a esa definición que tiene sobre la belleza, Andrés está terminando de armar la Fundación Sin Culpa, que presidirá su hija de, actualmente, 16 años. El plan es producir botellas de vino retornables para repartir a mucha gente en Mendoza con el objetivo de eliminar, al máximo, el costo de carbono que existe en la industria utilizando los envases reutilizables. Todas las ganancias, dice, van a ser sin fines de lucro y se van a destinar como primer proyecto a realizar un vivero de plantas autóctonas de distintos bosques que estén devastados.
“Mi hija (Santina) es la persona que llegó a mi vida para enseñarme una cantidad de cosas infernales. El objetivo de la fundación es aportar y dejar algo para la naturaleza. Surgió como una idea para ayudarla a tener algo por lo que luchar con convicción. Mi trabajo es apoyarla y guiarla en sus pensamientos. No darle cosas preconcebidas y arraigadas de mala manera. Vamos a activar lo productivo y a sacar lo tóxico”.
Por último, Andrés confiesa que todas las noches sueña con la plenitud en todos los aspectos: con el amor, con la generosidad, con el dar y el recibir, con que se vaya la angustia. Y, fundamentalmente, con que todos los días se pueda levantar con una sonrisa y darse cuenta que va a ser un hermoso día.
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